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06 diciembre 2013

cuento

Garcés*

—¿Pero el laburo te gusta o no?
—Sí, me gusta …
—Entonces no entiendo por qué te ponés así.
Para ganar tiempo me cebo un mate y lo tomo despacio. No tengo ganas de explicarle tanto. La vocecita interna me putea “boludo, boludo” por haber dejado salir la bronca delante de él. Especulo con que se aburra de esperar mi respuesta y salga con otra cosa, pero no puedo engañarme: cualquiera que lo conoce sabe que le sobran paciencia y tozudez.
—No importa, dejá —intento—. Se me va a pasar.
—Ah, claro… Sí, ahora que lo decís se ve que se te va pasando.
No sé por qué al tío Jorge le aguanto que se ponga irónico, a otro lo mandaría a la mierda. Tengo que mirarlo. Sonríe.
—Nada, es que me están hinchando las pelotas con una boludez.
—¿Quién?
—Visniky.
—¿Quién es? ¿El chocolatín nevado? —se ríe.
—Mi jefe. El editor —me resigno y le cuento—. Se le metió en la cabeza que Néstor no está muerto, que por eso el cajón estaba cerrado, me tiró no sé cuántas razones que justifican que anda por ahí escondido o que se operó la jeta para cambiársela, y me mandó a investigar a mí. Ahora lo tengo que tener al tanto de los “avances”. Es un pelotudo.

23 marzo 2011

cuentos

publicado en No había luna esa noche [Simurg, 2000]

El traidor


Soy un traidor. No hago con esto una proclama –no busco la hipócrita adhesión que muchos manifiestan ante las faltas ostentadas–, mucho menos una confesión. Esta afirmación es simple, aun en su aparente sordidez. Igual de simple fue para mí el momento de su evidencia. Por lo tanto, no se trata de la conclusión de un largo examen de mis actitudes hacia los otros, sino más bien de la certeza clara y distinta que nos convence desde nuestro interior, por ejemplo, de que estamos vivos. Muchas veces he pensado, justamente, en la muerte como una simple pérdida de dicha convicción. No me refiero a que uno decida sobre ese momento, pero quisiera que se entienda qué digo al afirmar que somos lo que estamos convencidos de ser. Así es como estoy convencido de ser un traidor.

01 marzo 2011

cuentos

publicado en No había luna esa noche [Simurg, 2000]

Futuro Imperfecto


Ricardo se levantará esa mañana de sábado no muy temprano, y se quitará del cuerpo el calor concentrado en él durante la noche con una ducha breve. El último minuto, como siempre, cerrará la canilla del agua caliente para terminar con la sensación chocante de la lluvia helada sobre la piel. Le agradará volver a confirmar la firmeza que ante el frío habrá acudido a sus músculos, macizos pero no excesivos. Se secará en la pieza, evitando así el vapor acumulado en el baño. La temperatura, extrañamente constante ese verano, lo obligará a elegir unas bermudas y una remera para estar cómodo desayunando en la cocina de su departamento. La habitación de sus padres, ocupada por él durante el tiempo de las vacaciones que ellos, como todos los años, decidirán tomar a fin de temporada, quedará con las ventanas abiertas, ventilándose. Buscará el diario junto a la puerta, lo empezará a leer por el suplemento de ciencia y con un resaltador celeste destacará algunos párrafos de interés para él. Le será fácil dejar transcurrir el tiempo de ese modo, hasta que la paulatina percepción del insistente motor de la heladera interrumpirá la lectura.

27 febrero 2011

cuentos

premiado en el Concurso Internacional de Cuento "Juan Rulfo", Francia
publicado en No había luna esa noche [Simurg, 2000]
incluido en la Antología de Narradores de Morón [Pluma e' gallo, 2006]

Paso de viejo

Por encima de todo, el calor. Fue el calor de la ciudad lo que me llevó hasta la casa. Ya sé que no es la razón principal, pero es la que me terminó de decidir, casi seguro. La casa es fresca. Por lo menos, más fresca que la ciudad. La ciudad era un infierno en el invierno, así que cualquiera puede imaginarse lo que sería en verano. Mientras que en verano la casa no es calurosa, por eso es que digo que es fresca. Y después que la compré mejoró, porque se me ocurrió hacerle un alerito con tejas y columnas para sostener el techo todo a lo largo de la pared que da al oeste, como una especie de galería; por eso los dos dormitorios también son frescos por la tarde. Ese alerito es mi orgullo, porque lo diseñé yo mismo, si puede decirse así, y el albañil me interpretó bastante bien, así que mantiene el estilo de la casita, como si no fuera un agregado.

12 febrero 2011

cuentos

publicado en No había luna esa noche [Simurg, 2000]

No había luna esa noche

Acaso la promesa de una historia sea más incitante que la historia misma.
Eso era lo que había pensado Crescenti, mucho tiempo antes de escuchar el estruendo del disparo final, mucho antes de saber que miraría al cuerpo deshacerse, desarmarse resbalando hasta el piso como si el abandono absoluto de la voluntad pudiera parecer voluntario.