publicado en No había luna esa noche [Simurg, 2000]
El traidor
Soy un traidor. No hago con esto una proclama –no busco la hipócrita adhesión que muchos manifiestan ante las faltas ostentadas–, mucho menos una confesión. Esta afirmación es simple, aun en su aparente sordidez. Igual de simple fue para mí el momento de su evidencia. Por lo tanto, no se trata de la conclusión de un largo examen de mis actitudes hacia los otros, sino más bien de la certeza clara y distinta que nos convence desde nuestro interior, por ejemplo, de que estamos vivos. Muchas veces he pensado, justamente, en la muerte como una simple pérdida de dicha convicción. No me refiero a que uno decida sobre ese momento, pero quisiera que se entienda qué digo al afirmar que somos lo que estamos convencidos de ser. Así es como estoy convencido de ser un traidor.