Garcés*
—¿Pero
el laburo te gusta o no?
—Sí,
me gusta …
—Entonces
no entiendo por qué te ponés así.
Para ganar
tiempo me cebo un mate y lo tomo despacio. No tengo ganas de explicarle tanto.
La vocecita interna me putea “boludo, boludo” por haber dejado salir la bronca
delante de él. Especulo con que se aburra de esperar mi respuesta y salga con
otra cosa, pero no puedo engañarme: cualquiera que lo conoce sabe que le sobran
paciencia y tozudez.
—No
importa, dejá —intento—. Se me va a pasar.
—Ah,
claro… Sí, ahora que lo decís se ve que se te va pasando.
No sé
por qué al tío Jorge le aguanto que se ponga irónico, a otro lo mandaría a la mierda. Tengo que
mirarlo. Sonríe.
—Nada,
es que me están hinchando las pelotas con una boludez.
—¿Quién?
—Visniky.
—¿Quién
es? ¿El chocolatín nevado? —se ríe.
—Mi
jefe. El editor —me resigno y le cuento—. Se le metió en la cabeza que Néstor
no está muerto, que por eso el cajón estaba cerrado, me tiró no sé cuántas
razones que justifican que anda por ahí escondido o que se operó la jeta para
cambiársela, y me mandó a investigar a mí. Ahora lo tengo que tener al tanto de
los “avances”. Es un pelotudo.